
Su vida transcurría a diario por el filo del desastre. No había podido serenar esos días con nada. Probó la soledad; probó el amor; la pintura; las letras; el alcohol... Determinó que, realmente, ya había tocado fondo y definió la inutilidad de su vida como algo real, perceptible. Tumbada en las vías en espera del tren que la llevara al infinito, prendió un cigarrillo , dejando su mente en blanco.
Oyó unos leves pasos que se acercaban. Una pequeña niña se le acercó mirándola fijamente con cara de reproche. Le cogió la mano y tiró de ella.
- Vamos mamá - le dijo - Llegaremos tarde a la cabalgata.
Se levantó, se limpió la ropa, y siguió a la niña que ya se alejaba de las vías con paso rápido y cara enfadada.
Vetero